Apostaría una buena suma a que fue una mujer quien en 1977, durante la transición, entrevistó a Inma de Santis para la revista Psicología Dosmil. Y digo que debió ser una mujer porque la insolencia que demuestra a lo largo de la extensa entrevista encaja con el perfil de una mujer rechazada por los hombres y que intenta obsesivamente estereotipar a Inma como un objeto menospreciable. Y claro, cuando se encuentra con las respuestas inteligentes de Inma, su frustración no hace sino crecer y crecer acompañada del descaro. Confieso que yo no habría tenido el temple de Inma; la habría echado de mi casa al poco de comprobar por dónde iban los tiros. Pese a todo o gracias a todo, no lo sé, nos queda un entrevista impagable en la que Inma prácticamente no deja tema sin tocar. Ella es magnífica y la otra una imbécil.
Revista Psicología Dosmil. 1977
Inma de Santi: entre muro y muro
Esta Inma de Santi, pequeñaja, casi guapa y con carita de ángel, a lo mejor es una diablesa. Después de haber hecho en el cine…
— ¿Qué has hecho en el cine, hijita?
— He hecho de niña y de adolescente perversa o pervertida, de sádica, de morbosa. De lesbiana, no.
Vaya, enhorabuena. Bueno, pues, después de haber hecho toda esta retahíla de papeles, va y dice que está en contra de todo eso, tal y como se lo presentan ahora. Llega 1976 y no hace ni un solo papel en el cine. Rechaza siete u ocho guiones; es decir, todos lo que le proponen.
— No digas el número, que parece un poco pedante por mi parte decir que rechazo tantos guiones. Sería darme importancia.
Lo pondremos con este adecuado comentario y ya no pareces pedante.
— Y todos esos papeles de niña perversa o pervertida, según te encargas tú muy bien de matizar, ¿los aceptaste porque te parecían buenos?
— Sí, me parecían buenos. Aunque se puede decir que he empezado a elegir papeles a partir de los dieciséis años.
Y, desde que empezó a elegir, en paro. Y la niña tiene diecisiete años, para cumplir dieciocho el 24 de febrero próximo. Nació aquí mismo, en la casa donde nos recibe. Parte vieja de Madrid, en las trasteras del edificio de España. Pero fue otro edificio, más alto todavía y un poco más allá, el que decidió la vocación de Inma.
— La productora de «El niño y el muro» puso un anuncio pidiendo niños. La niña que querían debía de tener seis o siete años y una estatura de 1,12 a 1,15. Yo sólo tenía cinco años y no daba la estatura, pero mi madre me llevó por probar. La productora estaba instalada ahí, en la torre. Entonces, ir a la torre, de reciente construcción, era casi un acontecimiento. Y fuimos a la torre, o sea; a la productora.
— ¿Fuiste un poco a la fuerza?
— No; todo lo que fuera salir de casa me gustaba.
Ya tenemos en la famosa torre a Inmaculada Santiago del Pino.
— Yo me mostré muy tímida. No decía nada. Me cogieron por casualidad. No sé por qué, me hicieron estudiar una parte del guión, en la que también formaba parte un niño.
Se sabe de memoria aquella escena. Ella jugaba con una pelota; el niño le decía una serie de inconveniencias, llamándola al final algo así como «patas torcidas». Ella le contestaba: «Patas torcidas serás tú» y le arrojaba con fuerza (es un decir) la pelota. O quizás fuera al revés. Total: la eligieron. Se estrenaba con un papel de coprotagonista.
— ¿Qué te pareció el cine? ¿Te dejó alguna huella, algún trauma? ¿Te riñeron alguna vez? Y de cobrar, ¿qué tal?
— Aquello me pareció un mundo apasionante. Todos se mostraron muy amables conmigo. No me riñeron nunca. Nada de traumas. Y gané diez mil pesetas. Luego, a los seis años, hice otros papeles de niña, pero siempre diferentes. A los siete, llegué al teatro y a la televisión. En teatro, hice un papel en «Sola en la oscuridad», con María Asquerino. Fue un papel precioso; y las críticas, fenomenales. Todos los críticos me sobresalieron. En televisión, interpreté una novela, de cuyo nombre no me acuerdo, y una serie: «Antoñita la fantástica». Resumiendo, he hecho dos obras de teatro, veintiuna películas y, en televisión, tantas cosas que ni me acuerdo.
— Hasta que vino el parón. ¿Por qué rechazas tantos papeles?
— No porque sean de sádica o morbosa. Me fijo en cómo sea el guión y cómo se plasme ese guión. Que sea una cuestión interpretativa la que se me plantea, no un recurso. Sale una señora, se desnuda, se mete en la cama y eso y algo más es todo lo que tiene que hacer. Eso no es interpretar. La historia, desde luego, lo puede requerir; pero incluso dentro de una historia válida, a veces el desnudo y demás van como un pegote. Estoy contra el destape. Yo quiero ser actriz en cualquier situación. Lo que ocurre es que las situaciones de destape son gratuitas.
— ¿Qué te guía para rechazar eso: un principio ético o profesional?
— Profesional. Quiero estar en los escenarios hasta los sesenta y no hasta los cuarenta y, luego, retirarme. Y eso es lo que pasaría si trabajara con mi cuerpo y no con mis condiciones interpretativas.
— ¿Estás satisfecha de esas condiciones?
— El actor nunca está contento con su actuación. He hecho cosas que ha valido… Me gustaría también hacer dirección (meritoriaje, no en la escuela).
— ¿Para resarcirte de la falta de dirección?
— Bueno, eso se supone; siempre te diriges a ti misma. Pero la dirección, en todo caso, sería una buena experiencia.
Inma estudió en el colegio de Santa Isabel, de las hijas de la Caridad.
— ¿Te han marcado su educación?
— No. Me enseñaron asignaturas, pero no me educaron. Al menos, yo distingo entre enseñanza y educación. Me alegro de que no me educaran; quizás hubiera sido una coacción. Incluso la clase de religión la daban desmitificándola.
— En consecuencia, ¿cuál es tu religión?
— Me abstengo. Tengo varios sacramentos: bautismo, confirmación, confesión y comunión, pero no soy de ninguna religión conocida. Estoy de acuerdo con mi religión.
— ¿Cuál es?
— Eso es cosa mía. Ahora, no se puede decir que sea atea o agnóstica. Al primer motor y ordenador de la armonía del universo, según esas cinco vías tomistas tan divertidas, se le puede llamar Dios. ¿Por qué no?
Le hemos llevado un ejemplar de nuestra revista para que se haga una idea de dónde la vamos a ubicar. A las chicas como Inma las metemos en nuestra revista un poco con calzador, para dulcificar los informes sobre las problemáticas temáticas y demás áticas cuestiones de la tragicómica existencia.
— No sabía que había una revista sobre psicología. Pues yo voy a estudiar psicología. Iba a empezar en octubre pasado, pero me tocó la Autónoma y no me convenía. Si consigo que me cambien a la Complutense, empezaré el curso próximo.
Pasa las hojas de la revista muy deprisa y dice divertida:
— Las cosas que se leen cuando se coge una revista: alcoholismo, euforia, depresión, masturbación, diferenciación sexual, modos de amar…
— ¿Vas a ejercer la psicología?
No; la voy a estudiar para mí.
— ¿Vas a ir a clase o al trabajo?
— Voy a hacer las dos cosas.
Al paso que vas, más clases que trabajo.
— ¿Te ayudará la psicología en tu trabajo, caso que lo encuentres, de actriz?
— Creo que sí; me ayudará a profundizar en los personajes que interprete. Creo en el trabajo intuitivo más que en el reflexivo.
— Eso es contradictorio.
— No. Mi trabajo seguirá siendo intuitivo; pero no puedes ser intuitivo sin más, sino basándote en que el personaje de esta o de la otra manera, penetrándolo.
— Y a los actores, ¿también los penetras? ¿Tienes relaciones con algunos de ellos?
Inma, doce añazos de actriz sobre sus espaldas, responde muy seria y tajante:
— No he llegado a conocer a ningún actor. No es fácil llegar a la amistad con actores. Mi relación social es nula. El ambiente del mundo del espectáculo no me es propicio.
— ¿Por qué te han marginado o por qué no te gusta?
— Porque no me gusta. Es superficial.
— ¿Qué es la existencia?
— Es difícil. Para mí, es tratar de vivir plenamente cada milímetro de aire que respiras. La gran ciudad y todas esas cosas te lo impiden. En esto, soy pesimista. Creo que mi pesimismo se basa en mi realismo.
— Quizás seas realista y los tortazos que te han venido por ello te han hecho pesimista.
— Los tortazos son buenos –dice resueltamente–, pero añade medio compungida: sí, quizás ellos me han hecho pesimista.
— A ver, ¿te gusta lo natural o lo sobrenatural?
— Me gusta lo más elevado, pero no lo oculto. No me voy por los cielos y las estrellas. Me quedo en tierra. Practico el yoga, pero como gimnasia, no como algo trascendental. Mis aficiones son la lectura (leo de todo; ahora, pedagogía) y música. No bebo ni fumo.
Vamos allá con los temas de todas las horas: píldora, aborto, adulterio, matrimonio.
— La píldora me parece bien, es una opción a una relación más libre, sin miedos. Si se toma la píldora, es ridículo llegar al aborto. Tampoco hay que llegar al adulterio. Antes de eso, me separo. Rechazo los conformismos. Tampoco entiendo lo que se busca con las manifestaciones en pro del adulterio. Es absurdo. En cuanto al matrimonio, no soy partidaria. No creo casarme nunca. La convivencia fastidia el amor. Lo sé porque lo veo en muchos matrimonios. Se lleva a convivir en vez de vivir con… La convivencia se deteriora. Se llega a la indiferencia. Eso es lo peor: que te dé igual lo que sea y haga tu pareja. Y, en fin, el divorcio facilita que caigas en la tentación de casarte.
Bueno nos ha puesto el panorama la perversa o pervertida, según los casos. Y, ahora, la bomba:
— Soy anarquista. No de poner bombas, ¿eh?
Una vez despejada la situación explosiva, bajamos todos la guardia y continúa nuestra niña terrible:
— Desde luego, el poder tiene que existir, pero creo que es nefasto porque no lo es a gusto de todos. Ni la dictadura ni la democracia (en la democracia, están disconformes todos los que quieren la dictadura). En fin, no soy partidaria de ninguna ideología de las que circulan; ahora bien, en lo social, soy demócrata. No soy ni monárquica ni contramonárquica.
— ¿Y la prensa?
— Ahora, se leen cosas interesantes. Veo los periódicos más independientes. Se puede empezar a pensar en fiarse de los diarios. Una revista muy compensada entre informes serios y parte frívola es «Interviú». Los semanarios frívolos no me gustan en absoluto: las señoras no me interesan por el momento.
Y ésta es la historia –contada lo más deslavazadamente posible– de una chica que no tenía historias que protagonizar. Y todo porque no le gustan las guarradas sin ton ni son. La historia de aquella niña que un día peregrinó a la torre encantada, donde le dieron una pelota y le hicieron protagonista de una película sobre el Muro de Berlín. Ahora, en la frontera de los dieciocho años, se estrella contra otro muro, el del videodestape. A menudo, la llaman del otro lado del muro. Ella dice que no lo salta y se pone a estudiar psicología.
— A propósito, ¿tienes vocación de actriz?
— ¿Tú qué crees? ¿Por qué, si no, iba a seguir en ésto?
— Porque un día llevaron a la niña-objeto a la torre maldita, y al cabo de doce años, no ha encontrado la salida.
— ¡Qué va, si es muy fácil encontrarla y dejarlo todo…!
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